miércoles, 21 de noviembre de 2018

Comercio Electrónico / Gobierno Electrónico

Desde el nacimiento de las páginas web, el mercado de bienes y servicios dejo de ser un espacio físico donde intervienen oferentes y demandantes, con la colocación de un productos que son valorizados y tranzados en dinero o en especie. Es algo más complejo y etéreo, que en ocasiones no es percibido por la vista del hombre, pero que de hecho se da sin importar idiomas y distancias.

En mi perspectiva, esto ha sido un gran logro que simplifica y mejora la forma como estos actores se reconocen en ese espacio que ya no es físico.

En los últimos años, las redes sociales son las grandes protagonistas. Facebook, twitter y el rey Instagram, son solo algunas de las aplicaciones que permiten mostrar productos y entender patrones de consumo que luego son vendidos a grandes fabricantes de necesidades, partiendo del hecho de que no solo se necesita un producto, también se necesita crear algo deseable y esperado por un grupo interesado en seguir a otros y unirse a la moda del consumo (en ocasiones sin propósito).

Indudablemente, esta relación ha marcado significativos retos para los Estados, dado que aun cuando se debe partir de la buena fe de las partes, también es cierto que los actos ilícitos son conductas cada vez más comunes.

En materia fiscal (área con la que contamos con experiencia técnica), la capacidad de los Estados de tributar una venta que nace en una jurisdicción, se comercializa en otra, se extingue la deuda en un sitio distinto y que ademas se hace en línea con servidores de difícil rastreo en cuanto a productos que en ocasiones pueden ser intangibles, hace que prácticamente sea imposible llegar a conclusiones razonables sobre la forma como deben reconocerse y tributarse.

Indudablemente, eso nos lleva a una ruta que lleva rato gestándose y que implica que pudiesen formar parte de caminos oscuros, a menos que los países industriales se tomen la tarea de crear mecanismos donde se combata la inteligencia, con más inteligencia.

En este sentido, los gobiernos han debido fortalecer sus áreas de tecnología y terminan siendo los grandes acumuladores de información. En muchos países del mundo, los Estados saben cuando una persona (turista) entra a su país, reconocen el hotel que usaran para hospedarse y sus patrones de consumo durante el día, a través de su ubicación, tendrán la cantidad de partes visitadas y sus propósitos e intenciones. Al finalizar un sencillo viaje, sabrán si ese ciudadano es candidato a volverlos a visitar, tendrán evidencia de engaños o datos irregulares e indudablemente conocerán si son o no amenaza para sus ciudadanos.

Los sistemas tributarios probablemente son de los más beneficiados, dado que logran conocer nuestros intereses y sistematizar nuestras actuaciones prácticamente en tiempo real. Llegará un momento donde será imposible mentirle a los Estados y sencillamente, toda pregunta que se nos haga será solo para validar aspectos éticos y no para conocer la naturaleza de los eventos.

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